Todavía no puedo decir que he cerrado ese capítulo. Ciertamente estoy muy muy lejos del abismo en el que estuve hace 18, 12, incluso 6 meses. El tiempo no ha pasado en vano y me he dedicado mucho a mí. He crecido, aprendido, he dejado de lado sentimientos de culpabilidad, silenciado miles de preguntas de "...y si hubiera..." que me carcomían por las noches y no me dejaban dormir. He dejado de torturarme y atormentarme con aquello que tuve y perdí, y he pensado más en lo que gané, en lo que recuperé, en lo que salvé.
Estoy mejor. Soy mejor. Y me enorgullece saberlo e incluso que otros lo noten.
Pero todo esto no evita que hoy me detenga un momento, mire hacia atrás (para saber de dónde vengo) y llore. Llore un buen rato. Llore amargamente si es necesario para limpiar mi alma desde adentro.
Ya no sufro, es cierto, pero todavía duele, y dan ganas de huir, tan lejos comno se pueda, donde ni siquiera mi sombra me encuentre, donde no llegue la luz del sol ni el susurro del viento. Donde la noche no me alcance y la luna sea nueva e invisible.
Y el orgullo que aún vive aquí dentro salta. No le gusta verme así, no quiere que nadie me vea así, así que hoy se queda en un cajón guardado. Yo tampoco estoy.