Semanas atrás una querida amiga lanzó una pregunta que me hizo pensar.
Si el mundo terminara en un mes... ¿en qué aprovecharías tu tiempo?
Pocas veces vemos nuestra línea de vida como algo efímero. Se nos ha enseñado a pensar en cosas tan simples como la muerte o el fin de una forma distante y lejana. "Falta tanto para eso". "Tengo todo el tiempo del mundo". "Cuando pueda haré esas cosas que he venido postergando".
Y a la hora de responder, dije que trataría de dedicarle tiempo a gente importante en mi vida. No solo a los más cercanos, sino gente que tiene mucho valor para mi, pero que por razones que siempre obviamos, dejamos pasar días y semanas y meses y hasta años sin vernos, sin compartir ese tiempo tan valioso.
Todo este asunto de los Mayas y el fin del mundo para mi tiene tanta validez como los ochocientos fines del mundo que han anunciado en las últimas tres décadas.
La primera vez que escuché este tema, fue siendo muy niño, cuando hablaban del VIH recién descubierto, y cómo esto era una de las profecías del Apocalipsis. En 1986 cuando el Cometa Halley pasó cerca de la Tierra, nuevamente el fin estaba cerca. El siguiente con fuerza fue el anunciado año 2000. Y luego de ese, ya perdí la cuenta de los fines del mundo que han profetizado.
Por mi fe, y por sentido común, se muy bien que no hay forma de predecir un evento de estas dimensiones, y si bien, estamos provocando, como humanidad, un daño irreversible al planeta, confío en que como especie, a los humanos todavía nos quedan muchos años sobre esta tercera roca después del sol.
Sin embargo, la idea de ver a las personas importantes, no era algo tan malo. Fin del mundo o no, durante el último mes intenté sacar a poquitos una que otra tarde o noche, especialmente luego de un mes guardado, para ver y hablar con estas personas que durante un tiempo caminaron a mi lado, pero luego los caminos nos han llevado por vidas distintas. No porque pretenda que los lazos sean tan fuertes y constantes como alguna vez lo fueron, sino para hacer valer esa amistad, ese cariño que a pesar del tiempo, permanece.
Así, un café aquí, una película allá, una conversación, una llamada, un encuentro casual 100% premeditado. Algunos pudieron, otros no. Pero di mi meta como concluída.
Anoche regresé a casa tarde, luego de uno de esos encuentros. Una cena, una larga conversación, ponerse al día con la vida y lo que ha sido de ella. Contento entré a casa, preparé todo lo que iba a necesitar el mentado viernes, y en pocos minutos Morfeo me llamaba hipnóticamente a dormir.
Un profundo sueño cayó sobre mi y con la mente llena de pensamientos, la razón se fue apagando mientras los ojos se cerraban y las imágenes del REM empezaban a proyectarse desde dentro de mis pupilas. La tierra de los sueños me daba la bienvenida.
...
Entraban ya algunos rayos de luz por la ventana cuando un ruido fuerte me hizo saltar de pronto y tratar de ponerme en pie. Me incorporaba apenas cuando un mareo fuerte me golpeó y sentí que perdía el equilibrio.
Creo que aún dormido, mi mente se percató de que lo que ocurría era un temblor, y no uno normal, sino uno de esos extensos y violentos. Las cosas a mi alrededor se movían y balanceaban y pude ver a mi gata correr y esconderse debajo de la cama, su escondite y refugio seguro.
No terminaban las sacudidas cuando decidí ponerme en pie e ir a buscar algún sitio seguro. ¿El marco de la puerta? ¿Dabajo de una mesa? ¿Acaso intentar abrir la puerta y salir a la calle?
No había terminado de decidirme cuando el movimiento cesó, casi tan repentinamente como empezó.
Acerqué mi mano al interruptor para encender la luz, pero no había electricidad.
Me devolví a buscar mi celular para conectarme a internet y buscar información. De fijo en las redes sociales ya se hablaba del tema, y habrían noticias.
La batería de mi teléfono estaba al 100%, pero no tenía señal del todo en mi casa.
Escuché ruido afuera, voces, entonces decidí cambiarme y ponerme ropa más presentable y salir.
Estaba apenas poniéndome un pantalón cuando de nuevo el suelo empezó a moverse. Un retumbo fuerte, seguido de dos o tres sacudidas violentas y luego silencio. Más voces en la calle, gritos, llanto.
¿Sería acaso posible? Estaba seguro de que todo era una coincidencia, y ya pensaba en las bromas que podría leer y decir al respecto cuando volviera la electricidad y el internet.
Me asomé a la ventana y pude ver a todos mis vecinos afuera. No eran aún ni las 6am, y la calle estaba repleta de gente que hablaba, otros lloraban, algunos intentaban desesperadamente conseguir señal alzando sus celulares al cielo.
Abrí la puerta y salí para sondear si alguien tenía información.
El vecino estaba en su carro pasando emisoras con el radio, pero sólo se escuchaba interferencia.
─"Todas las emisoras están muertas"─ le decía a su esposa mientras intentaba a la vez y en vano encender el vehículo.
Me acerqué a otra gente a ver si sabían algo. Es increíble en una situación de estas, cómo nos damos cuenta de que ya no conocemos ni a los vecinos. No sabía el nombre de casi nadie. A la mayoría no los había visto nunca, o los medio reconocía de vista. Sabía de dónde eran, según la casa frente a la cual estaban o al vehículo que intentaban arrancar.
Nuevamente la tierra empezó a moverse y la gente entraba en pánico. Se escuchaban niños llorar, algunas mujeres gritar o llamar a sus seres queridos para que se acercaran.
El temblor duró si acaso 20 o 30 segundos, pero cuando se detuvo, podía verse la expresión de pánico en la gente.
Pregunté a varios vecinos. Nadie sabía nada. Las líneas estaban muertas. La electricidad se había ido. Los carros no arrancaban y los que tenían radio a mano, no lograban captar ninguna emisora.
Pensé muchas cosas. Pensaba en mi familia. Pensaba en el trabajo, se supone que tenía que estar ahí en menos de hora y media. Pensaba en mi amiga, y su pregunta de un mes antes. En que no tenía forma de localizarla, y estaba muy lejos. No podía llamarla a ella, ni a mi mamá, ni al trabajo ni a nadie, y no tenía idea de las dimensiones de todo esto.
Pensé en regresar a casa y echar en un salveque algunas cosas. Me arrepentí de haberme comido esos atunes de emergencia que guardaba y nunca haberlos reemplazado. Cerca de casa hay un supermercado, pero definitivamente iba a estar abarrotado de gente, además todavía no estaba abierto.
Entré, y me puse a echar en el maletín las cosas básicas que tuviera a mano. Unas barras de cereal. Agua. Galletas. Algunos enlatados Un abrigo y un paraguas. El cargador de mi teléfono, por si acaso, y decidí salir de nuevo.
Me pasó por la cabeza sacar a la gata, pero iba a ser demasiado incómodo y ella estaba muy nerviosa. No tenía como transportarla cómodamente, entonces sólo le dejé agua y suficiente comida.
¿Será que había algo de cierto en esto de los Mayas? ─me preguntaba una y otra vez─ Naaah, tiene que ser coincidencia.
Salía de casa asegurándome de cerrar bien todo. Alguien se acercó corriendo y gritaba. ─Estan saquieando el supermercado! La gente botó los portones y están entrando a la fuerza!─ En efecto, la gente entraba en pánico, y se comportaba como una masa estúpida.
Imposible dialogar con nadie, decidí ponerme en marcha y caminar. Todavía no estaba seguro de hacia adónde me dirigía. Una parte de mi pensaba en la ciudad, en mi trabajo. Otra en mi familia.
Apenas había avanzado unos 100 metros cuando vi una columna de humo no muy lejos. Algo se quemaba, y no se escuchaban las sirenas de los bomberos que siempre suenan en estos casos. Las calles estaban llenas de gente que aguardaba afuera de sus casas. Algunos trataban de encender sus carros, otros se distribuían agua o café. Entonces me di cuenta de que salí de casa sin comer nada.
Pero no quería demorarme. Saqué una barrita de cereal y me la comí mientras andaba. Al acercarme al supermercado pude percatarme de que el humo salía de ahí, y que un tumulto de gente bloqueaba la calle. Era una locura siquiera acercarse, y pensé en la forma de rodear todo eso, pero era mucha la distancia. Así que decidí acercarme a sondear el asunto.
La gente estaba histérica, enojada. Se peleaban. Se escuchaba de todo. Que una gente se había metido y los de seguridad habían disparado y ahí fue donde comenzó el caos. Que la gente salía con cosas y otros se las robaban, Que le habían prendido fuego a un carro. En fin, no sabía ni qué creer.
Un hombre de unos 40 años abrazaba a una muchacha y a dos niños que estaban con ella mientras decía que iba a conseguir algo, y ella le suplicaba llorando que no fuera, que no entrara ahí. Los chiquitos no sabían que sucedía y también lloraban. Yo no tenía corazón y me acerqué a ella cuando él se fue, y le ofrecí una botella de agua y le pregunté si estaba bien. Ella sollozaba y repetía una y otra vez ─¿Qué hago yo con mis chiquitos si algo me le pasa?─.
Les di una barrita de cereal a cada niño y otra botella de agua. Quería hacer algo, pero estaba impotente. Era todo un caos y la gente gritaba y peleaba. Traté de decirle a ella que todo iba a etar bien, pero no me escuchaba. Ni a mi ni a nadie.
Un señor cerca de ahí decía que si era el fin del mundo. Que la luz se había ido en todo el país. Pero no sabía si creerle o si serían puros cuentos. No había forma de corroborar nada.
Entre más me acercaba al tumulto más difícil era caminar. De pronto sentí un empujón y un golpe y caí al suelo. Tres o cuatro muchachos jóvenes me habían derribado y trataban de arrebatarme el maletín donde llevaba las pocas cosas que había podido empacar. ─El lleva comida─ gritaban ─Yo lo vi sacar algo del bulto─. Me golpearon y aunque intenté aferrarme, no pude resistir más y terminé entregando todo para que me dejaran. Pude ver como se alejaban corriendo con lo poco que había podido empacar.
Tirado en el suelo, golpeado, y con un raspón en el brazo que sangraba, nadie se acercó a ayudarme. Todos estaban ahí para si mismos nada más. A como pude me puse en pie y decidí no atravesar ese mar de gente. Apenas me decidía cuando otro temblor nos sorprendió a todos. La gente gritaba y corría en todas direcciones, y fue el momento que aproveché para correr y pasar la multitud y tratar de dirigirme a San José.
Eran ya más de las 7:30 cuando llegué a la pista. No habían carros, pero una multitud de gente caminaba. Creo que ni ellos sabían hacia adónde iban. Me dolía la espalda, tenía hambre, sed, y no tenía nadie con quien hablar. Podía ver familias completas caminando de la mano. Gente mayor. Unos cuantos solos como yo, y empezaba a comprender las dimensiones de todo esto.
Olvidé mi trabajo, y decidí ir a buscar a mi familia. No sabía ni que ruta iba a tomar, pero no quería caminar por los barrios. Era mejor mantenerme cercas de las calles principales donde había más gente. Podían verse en varios lugares columnas de humo negro elevarse a lo lejos. Me daba miedo siquiera sacar el teléfono de mi bolsillo para ver si ya tenía señal.
Algunas tiendas, farmacias y restaurantes tenían las ventanas rotas y los portones forzados, y se veía gente entrar y salir corriendo. Carros que se quedaron varados en media calle y habían sido abandonados por sus pasajeros. Gente que se asomaba por las ventanas de sus casas, negándose a salir.
En ese rato había sentido tres o cuatro temblores más, todos acompañados del pánico de la gente.
Me acerqué a un par de casas a pedirles agua, para beber y para lavarme el brazo que sangraba, pero apenas me veían acercarme cerraban las cortinas y se escondían. Entonces no podía hacer más que seguir caminando.
El sol se alzaba y el calor era insoportable. Habían pasado ya unas tres horas cuando me acercaba a la autopista de circunvalación a la ciudad, y tocaba decidir si dirigirme hacia el centro, o tratar de acercarme adonde estaba mi familia, eso esperando que estuvieran en casa. Gente caminaba en todas las direcciones y traté de hacer un sondeo. Algunos decían que venían de San José y que era una locura meterse ahí. Otros decían que el paso estaba cerrado por policías en la autopista. Otros más, intentaban más bien alejarse todo lo posible de la ciudad. Yo decidí no ir al centro y tratar de dirigirme hacia Desamparados. Pero llegando a San Pedro un gran tumulto de gente que corría me acorraló y tuve que empezar a correr con ellos.
Gritos, empujones, se escuchaban disparos atrás. Alguien me golpeó y tropecé, y caí al suelo. Podía sentir los pies de la gente que corría y pasaba sobre mí. Trataba de levantarme pero no podía y me pisoteaban una y otra vez. Todo se ponía oscuro, no podía respirar ni abrir los ojos. El ruido ensordecedor se fue desvaneciendo y sólo se distinguía en el fondo una sirena de alarma cuyo zumbido se fue haciendo más y más fuerte hasta volverse ensordecedor.
En la oscuridad logré abrir mis ojos para descubrir a mi despertador sonando desde hacía veinte minutos.
5:50 am del viernes 21 de diciembre del 2012.
Hora de levantarse para ir a trabajar.