Hoy estuve en casa de mis abuelitos. Fui a visitar a Tita por el día de la madre, pues había reunión familiar; pero la tardanza de todo mundo me dejó a solas dos horas con mis viejitos.
Tito tiene 83 años. Casi no escucha, hay que hablarle fuerte, y además está empezando a perder la vista. Su hermano gemelo (mi abuelito es gemelo) murió hace poco más de un año y desde entonces no volvió a ser el mismo. Sale poco. Está muy lúcido. Su retentiva y capacidad de recordar detalles, nombres, eventos recientes o pasados siguen intactas, pero su condición auditiva y visual le hacen difícil mantener conversaciones y esto lo frustra mucho. El lo nota y entonces prefiere ir y recostarse en su cuarto, y dormir, dormir, dormir.
Tita cumplió 80 años la navidad pasada. Ella es un poquito más difícil, sobre todo por su forma de ser. Es el tipo de viejitos que se quejan por todo, el calor o la lluvia, porque fulano nunca va a verla o porque mengano pasa encima de ella. Es algo cascarrabias y hay que tenerle mucha paciencia, porque habla sin parar y te cuenta todos los detalles de la vida de todos, entonces también hay que ser selectivo para hablarle, pues todo lo que uno le cuente ella va a contárselo a los demás.
Admito y con bastante verguenza que pasé casi dos años sin visitarlos. Falta de tiempo, trabajo, problemas personales y reacomodos siempre fueron mis excusas. Pero no fueron más que eso, excusas. Sabía que en cuanto fuera a verlos ella especialmente iba a reclamarme por no haber ido en tanto tiempo, y entré en un círculo vicioso, evitando ese momento.
Tampoco quería ir a verlos y confrontarlos a ellos y a toda la familia con la situación de mi divorcio. Preguntas incómodas, detalles que no quería dar a nadie, y a nadie tengo por qué darles.
Hace mes y medio rompí mi barrera invisible y fui a visitarlos, aunque fuera un rato. Hoy de nuevo saqué el tiempo y compartí por suerte mucho más con ambos, sólo yo.
Y vuelvo a casa con mucha nostalgia e incluso algo de tristeza.
Mis viejitos se me están apagando. Como velitas que ya no queman, y difícilmente iluminan. Pero siguen ahí.
Aún recuerdo con mucho cariño a mis abuelitos maternos. Ambos murieron ya. Ella hace 11 años y él hace 8. Y todavía los extraño y aunque con ellos si pude pasar mucho más tiempo.
No quiero que un día Tita y Tito falten, y lamentarme inútilmente porque no los aprecié mientras todavía los tenía.