Había llovido por semanas. El terreno estaba anegado y la tristeza empezaba a bajar por las paredes. El techo tenía goteras y hasta las caras de los habitantes ya no eran las mismas.
Hubo un tiempo en que el jardín fue hermoso, con tulipanes y hongos de colores. Las paredes estuvieron adornadas con fotos y no importaba el frío por las noches si un abrazo y ventanas cerradas eran todo lo que se necesitaba.
Pero el invierno que acechaba y del cuál había escapado por meses era inminente, y tarde o temprano llegaría.
Al principio eran solamente unas lloviznas por la tarde o madrugada, nada fuera de lo común, pero conforme el tiempo pasaba los aguaceros se volvían más frecuentes e intensos.
Se empezaron a morir las flores y a apagar los detalles que adornaban el paisaje. Los zapatos mojados y pesados se llenaron de barro y hacían difícil caminar.
Cuando vino la inundación, amenazaba con llevarse y destruir todo. Las señales eran claras, y habia que evacuar el lugar.
Admito haber huido. Salí corriendo lleno de pánico, de tristeza, de desesperanza.
Me fui, sabiendo que un alud se venía sobre nosotros, pensando ingenuamente que las lluvias vendrían insistentes tras de mi. Y aunque así fue, también se que una buena parte del invierno se fue con vos.
Desde aquella noche no he dejado de caminar. Sigue lloviendo y no se detiene, pero he recolectado un par de herramientas en el camino que me ayudan a mantener el calor.
Se que me odias y me culpas por el invierno, las lluvias, la inundación. Estás en tu derecho. Y si alguna vez cruzan nuestros caminos de nuevo pretenderás que nunca me conociste.
No tengo casa. Por ahora no necesito ni quiero vivir en ningún lugar. Debo caminar y recoger en el trayecto todo lo que necesitaré para eventualmente hacer una casa para mi, cuando haya pasado este largo invierno.
Tuve que huir. Tuve que hacerlo. Si hubieramos permanecido, hubieramos muerto ambos en la inundación. Vos lo sabés.
Me toca caminar este trayecto para deshacerme de las sombras que acarreo, de los muertos que debo enterrar, y este maldito iman de nubes que llevo en la cabeza.
Perdí mucho, lo sé, pero no perdí todo.
Una brizna del jardín se quedó enganchada en mi chaqueta, y no sé como ha empezado a germinar. Algún día quizá crezca, alguna vez quizá tenga de nuevo un lugar donde vivir, y en el jardín crecerá un tulipán.
Pero al final de la historia no hubo teatro, no hubo veneno ni flores, no hubo aplausos. Solo una barca volcada entre la niebla y una canción de papel casi borrada.
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Gracias por su visita, y gracias por aportar algo a mi monólogo. Casi siempre escribo para mi, pero me gusta saber que mis desahogos hicieron a alguien más sentirse identificado/a.
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